Jorge es un jugador de baloncesto que parece haber abandonado su carrera para entregarse a una vida vacía y sin objetivos. Pero no por ello deja de caminar por la ciudad, de visitar a su madre, de seguir una rutina quizá absurda e incomprensible, quizá dirigida hacia una meta que solo él conoce. ¿Se está negando a sí mismo que su existencia se precipita en un insondable agujero negro? ¿Ha llegado a la conclusión de que eso es la única forma posible de vida para alguien como él? La cámara de David González Rudiez –que ya nos sorprendió en 2017 con las poderosas Common Grave y Arder– sigue a este personaje misterioso y deja constancia de su tedio, de su desgana, pero también de algo que oculta y puede estallar en cualquier momento, algo que podría identificarse con la rabia latente de toda una generación. Una ficción seca y rotunda, inquietante y turbadora, una de las grandes sorpresas del cine español reciente.